El día en que el susurro se tornó en un grito hiriente,
en que el reloj marcó la pauta de caricias complacientes,
de los ratitos tranquilos y del sueño más caliente;
el día que se acostumbró a tener las lindas flores
en un centro de menores, regadas de sinsabores;
el día que fue rutina poder tenerlo siempre,
y la lámpara agotó los deseos más ardientes,
la regaló al quincallero
apagando entre sus dedos,
lentamente y con esmero,
la llama de aquel genio incompetente.
en que el reloj marcó la pauta de caricias complacientes,
de los ratitos tranquilos y del sueño más caliente;
el día que se acostumbró a tener las lindas flores
en un centro de menores, regadas de sinsabores;
el día que fue rutina poder tenerlo siempre,
y la lámpara agotó los deseos más ardientes,
la regaló al quincallero
apagando entre sus dedos,
lentamente y con esmero,
la llama de aquel genio incompetente.