Herida de muerte, desahuciada, la bestia huye. Apenas distingue la acusación hiriente, mientras la sangre fluye hastiada en su corazón inerte. El jurado ha decidido, sobornado por la convencida luna de antemano, que el atisbo caduco de maldad, presumiblemente sea castrado de verdad, o mejor condenado a muerte, o tal vez, extirpado del futuro, del pasado y del presente.
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